Aanisa, flor de un día
Por: Luis Miguel Ariza
Anoche
falleció Aanisa. Era una niña de ojos bellos y silencio en los labios,
acostumbrada a casi todos los pesares de la vida, especialmente a las
explosiones de volcán que de repente despierta de los fragores de la guerra
casi todos los días, y así mismo se acostumbró a esconderse, asustada, porque
los centellazos de espanto llegaban, a veces, hasta la puerta de su vivienda de
la misma forma que un alocado tornado hace desastres impredecibles en la calle.
Ya
había dejado de soñar. Hacía mucho tiempo no lo hacía. Sus sueños siempre
fueron pletóricos, llenos de esperanzas reivindicatorias, después se fue
quedando sin sueños, como una llama viva que, al finalizar, languidece y luego
oscuridad. Así murieron los sueños de Aanisa.
Todos
los días era el mismo selelé. Bombas, sirenas, espanto, invocar, huir. Las
amigas habían desaparecido. No sabía si se habían marchado como tantos otros o
les atinaron como a Amina. Un día vio cómo Amina, que era la más confiada y les
infundía esperanzas, Esto acabará, no durará toda la vida, les decía animosa, y
ellas le creían con sinceridad, un día vio que se evaporó detrás de una columna
de humo que se elevó hasta el cielo, llevándose a Amina, su casa y su familia,
dejando un hueco en donde antes estuvo la casa de su amiga, donde caían piedras
como lluvia, como si la explosión también hubiera destortillado al cielo.
Por
qué Aanisa no lloraba, era la pregunta de su madre, que sí lloraba en silencio,
Quien no llora en la tragedia es porque vive llorando por dentro, como una
fuente inagotable, pensaba. Y temía que un día esa fuente se quebrara y
arrasara con Aanisa, su única esperanza.
Cuando
Aanisa dejó de soñar, llegó a creer que así era la vida, sin más vueltas, por
lo que era incomprensible que desease que fuese diferente. Un día intentó reír
y no pudo. El llanto y la risa se habían fundido en su carácter formando una
mescolanza extraña en su mirada de pajarito desilusionado. Extraño que un
tierno cervatillo mirase con violencia. Una vez llevaron uno, cuando la guerra
no era la novedad, sino un rumor que bien podría ser falso, y a ella le impactó
la mirada asustada del animalito, Mira como arrepentido de vivir, dijo. Ahora
que no soñaba, sentía que miraba como el cervatillo del otro día.
En
uno de estos torbellinos murió su padre, un hombre flaco, de mirada dolida,
apegado a las esperanzas, lo mismo que su hermano menor. La muerte de esa
manera se toma con otra clase de sentimiento, todos combinados con dolor e
impotencia.
Los
hermanos mayores fueron absorbidos por esa guerra que no era con ellos. Un día
llegaron soldados y se los llevaron casi sin pedir permiso a nadie, como dueños
de ellos, y ahora andaban por el mundo matando gente sin saber por qué ni para
qué. O tal vez ya les habían atinado a ellos.
Para
Aanisa su esperanza es que todo aquello pasase, que por fin hubiese calma
después de la tempestad. Llevar a su madre para que sea curada de sus heridas y
así ayudarle a sobrellevar el dolor del cuerpo, porque el del alma era
imposible arrancárselo. Ella no entendía nada de lo que sucedía; le habían
pintado la guerra de tantas maneras y en todas había una conclusión: Eso no
justifica la guerra.
Al parecer, para Aanisa las cosas estaban mejorando, el mal momento pasaba, la lluvia de relámpagos y truenos aminoraba, se alejaba. Su madre se reponía y ella sospechaba que podría haber algo bueno detrás de la guerra, como cuando las tormentas de arena del desierto se apacentaban después de semanas de torturarlos. Y murió en ese estado de fe. Nunca supo qué sucedió. Los que quedaron vivos tampoco, pero un hombre, a miles de kilómetros, recién posesionado como presidente del único país cuyos presidentes necesitan una guerra y un conflicto para gobernar, decía, satisfecho, Hemos lanzado la madre de todas las bombas para preservar nuestra población. Nadie entendió en qué perjudicaba personas como la bella Aanisa al que ordenó lanzar el artefacto contra su población, sólo se sospechó que era otra etapa de la egolatría del tipo que quería demostrar que podía ordenar detonar bombas y matar miles de personas donde quisiera, sin que nadie le impida dormir plácido, convencido que era el hijo preferido de Dios que se portaba como diablillo travieso con el fin de impresionar a sus enemigos, obviamente, protegido por cientos de guardas atrapados en las mismas que los hermanos de Aanisa.
Imagen de: https://noticias.canal10.
arizacastroluis@gmail.com
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