martes, 1 de agosto de 2023

 



                                    Aanisa, flor de un día 

 

 


 

                                                                                        Por: Luis Miguel Ariza

 

 

Anoche falleció Aanisa. Era una niña de ojos bellos y silencio en los labios, acostumbrada a casi todos los pesares de la vida, especialmente a las explosiones de volcán que de repente despierta de los fragores de la guerra casi todos los días, y así mismo se acostumbró a esconderse, asustada, porque los centellazos de espanto llegaban, a veces, hasta la puerta de su vivienda de la misma forma que un alocado tornado hace desastres impredecibles en la calle.

Ya había dejado de soñar. Hacía mucho tiempo no lo hacía. Sus sueños siempre fueron pletóricos, llenos de esperanzas reivindicatorias, después se fue quedando sin sueños, como una llama viva que, al finalizar, languidece y luego oscuridad. Así murieron los sueños de Aanisa.

Todos los días era el mismo selelé. Bombas, sirenas, espanto, invocar, huir. Las amigas habían desaparecido. No sabía si se habían marchado como tantos otros o les atinaron como a Amina. Un día vio cómo Amina, que era la más confiada y les infundía esperanzas, Esto acabará, no durará toda la vida, les decía animosa, y ellas le creían con sinceridad, un día vio que se evaporó detrás de una columna de humo que se elevó hasta el cielo, llevándose a Amina, su casa y su familia, dejando un hueco en donde antes estuvo la casa de su amiga, donde caían piedras como lluvia, como si la explosión también hubiera destortillado al cielo.

Por qué Aanisa no lloraba, era la pregunta de su madre, que sí lloraba en silencio, Quien no llora en la tragedia es porque vive llorando por dentro, como una fuente inagotable, pensaba. Y temía que un día esa fuente se quebrara y arrasara con Aanisa, su única esperanza.

Cuando Aanisa dejó de soñar, llegó a creer que así era la vida, sin más vueltas, por lo que era incomprensible que desease que fuese diferente. Un día intentó reír y no pudo. El llanto y la risa se habían fundido en su carácter formando una mescolanza extraña en su mirada de pajarito desilusionado. Extraño que un tierno cervatillo mirase con violencia. Una vez llevaron uno, cuando la guerra no era la novedad, sino un rumor que bien podría ser falso, y a ella le impactó la mirada asustada del animalito, Mira como arrepentido de vivir, dijo. Ahora que no soñaba, sentía que miraba como el cervatillo del otro día.

En uno de estos torbellinos murió su padre, un hombre flaco, de mirada dolida, apegado a las esperanzas, lo mismo que su hermano menor. La muerte de esa manera se toma con otra clase de sentimiento, todos combinados con dolor e impotencia.

Los hermanos mayores fueron absorbidos por esa guerra que no era con ellos. Un día llegaron soldados y se los llevaron casi sin pedir permiso a nadie, como dueños de ellos, y ahora andaban por el mundo matando gente sin saber por qué ni para qué. O tal vez ya les habían atinado a ellos.

Para Aanisa su esperanza es que todo aquello pasase, que por fin hubiese calma después de la tempestad. Llevar a su madre para que sea curada de sus heridas y así ayudarle a sobrellevar el dolor del cuerpo, porque el del alma era imposible arrancárselo. Ella no entendía nada de lo que sucedía; le habían pintado la guerra de tantas maneras y en todas había una conclusión: Eso no justifica la guerra.

Al parecer, para Aanisa las cosas estaban mejorando, el mal momento pasaba, la lluvia de relámpagos y truenos aminoraba, se alejaba. Su madre se reponía y ella sospechaba que podría haber algo bueno detrás de la guerra, como cuando las tormentas de arena del desierto se apacentaban después de semanas de torturarlos. Y murió en ese estado de fe. Nunca supo qué sucedió. Los que quedaron vivos tampoco, pero un hombre, a miles de kilómetros, recién posesionado como presidente del único país cuyos presidentes necesitan una guerra y un conflicto para gobernar, decía, satisfecho, Hemos lanzado la madre de todas las bombas para preservar nuestra población. Nadie entendió en qué perjudicaba personas como la bella Aanisa al que ordenó lanzar el artefacto contra su población, sólo se sospechó que era otra etapa de la egolatría del tipo que quería demostrar que podía ordenar detonar bombas y matar miles de personas donde quisiera, sin que nadie le impida dormir plácido, convencido que era el hijo preferido de Dios que se portaba como diablillo travieso con el fin de impresionar a sus enemigos, obviamente, protegido por cientos de guardas atrapados en las mismas que los hermanos de Aanisa.


  Imagen de: https://noticias.canal10.

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